El Esquivo Verbo Renunciar (a los Cargos) en la Izquierda Colombiana

Por Invitado

Por Alfredo Holguín*
Tynset, Noruega

Sancho tuvo la capacidad de renunciar. Lo hizo de manera digna, no hizo una declaración abierta de incapacidades al dejar el gobierno de la ínsula (Cap. LV), sino que, simplemente, lo hizo por el motivo de que él no estaba a la altura del cargo de Gobernador que se le había encomendado. Su dejación tampoco incluía recompensa alguna por encima de lo que necesitaba un mortal para recargar energías y seguir el camino: un poco de pan con queso para él y un poco de trigo para Rucio.

La dejación de Sancho, la reciente renuncia del corrupto presidente de la FIFA y la izquierda colombiana quizá no tengan nada en común; sin embargo, a propósito de las renuncias de importantes dirigentes del mundo en los últimos años, aprovecho la circunstancia para hacer unas pequeñas variaciones alrededeor del papel de los dirigentes y el significado del acto renunciar en en un país como Colombia.

Antes de indagar sobre el síndrome de autocracia manifiesta de parte de nuestra dirigencia, es importante precisar al menos tres grandes bloques de las renuncias, pues sería injusto colocarlos a todos en el mismo saco y con el mismo antifaz.

Hay renuncias recientes de líderes de talla mayor, que se hacen ante encargos que asumieron producto de las circunstancias históricas y sus cualidades personales. Por la importancia del acontecimiento, aun tenemos frescas las palabras de Fidel Castro, quien sorprendió a propios y extraños con su renuncia, en el 2008. Fidel pudo haberse obstinado, tal como lo hizo Juan Pablo II, pero su grandeza lo condujo a anunciar en el diario Granma que no aspiraría a ser reelegido como Presidente del Consejo de Estado:

“[…] Por otro lado me preocupó siempre, al hablar de mi salud, evitar ilusiones que en el caso de un desenlace adverso, traerían noticias traumáticas a nuestro pueblo en medio de la batalla. (…) No aspiraré ni aceptaré -repito- no aspiraré ni aceptaré, el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe.”

De manera similar ya lo había hecho Nelson Mandela, quien también tenía todas las patentes para hacer lo que quiesiera, pero sabiamente, en 1999, abrió el camino a Thabo Mbeki, quien asumió la presidencia de Sudáfria. Más cercanamente, en Chiapas –México- se dio otro acontecimiento de dejación del mando por parte del Subcomandante Marcos, quien pasó a llamarse subcomandante Galeano en una extraordinaria mutación, en la cual el “personaje” deja de ser y desaparece como referente en el EZLN y el entorno del proceso. “En lugar de luchar por ocupar un lugar en el Partenón de las muertes individualizadas de abajo, elegimos construir la vida”, son parte de las palabras en su despedida al tiempo que  retomó el nombre de Galeano, el nombre de un zapatista asesinado. De manera crítica, afirmó Marcos, que “[…] en lo personal, no entiendo por qué gente pensante que afirma que la Historia la hacen los pueblos, se espante tanto ante la existencia de un gobierno del pueblo donde no aparecen los “especialistas” en ser gobierno.”

Y como una gran lección para los dirigentes ególacratas, Marcos, ese mítico personaje creado para la lucha por los zapatista, ahora lo destruyen, rompiendo el esquema de querer perpetuar a los dirigentes, expresando que:

[…] no habrá entonces casa-museo o placas de metal en donde nací y crecí. Ni habrá quien viva de haber sido el subcomandante Marcos. Ni se heredará su nombre ni su cargo. No habrán viajes todo pagado para dar pláticas al extranjero. No habrá traslado ni atención en hospitales de lujo. No habrán viudas ni hereder@s. No habrá funerales, ni honores, ni estatuas, ni museos, ni premios, ni nada de lo que el sistema hace para promover el culto al individuo y para menospreciar al colectivo. (México, mayo del 2014.)

Otro tipo de abdicaciones, como la del Papa Benedicto XVI, aunque no está al nivel de las de los líderes políticos arriba mencionados y la excusa oculta otros motivos, tiene el mérito de haber hecho una ruptura en en el Vaticano, cuando anunció, después de 500 años de la última abdicación papal, que: “[…] ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.”  Y podríamos abundar en decenas de ejemplos, como el de Eduardo VIII del Reino Unido, quien en 1936, expresó, que: «Estoy decidido a casarme con Mrs. Simpson y a marcharme». La dejación del trono británico por amor, era la única manera de casarse con la divorciada Wallis Simpson.

Hay un tercer grupo, cuyas renuncias o abdicaciones no hacen parte de la dignidad de las primeras o contienen las buenas razones de las segundas, pues son renuncias o abdicaciones producto de situaciones aberrantes. La abdicación de Rey Juan Carlos de España podríamos entenderla mejor como un tirarse a tiempo antes de que fuera demasiado tarde; con el Reino en crisis y en un entorno corrupto, dándose lujos extravagantes, como la cacería de elefantes en África, lo único que podía hacer era hacerse a un lado para poder mantener el privilegio a su prole y poder seguir parasitando en la maltrecha España. Más recientemente, renunció el presidente de la FIFA por motivos similares: Corrupción y mafias, como claramente lo había sentenciado otro de los grandes, el compañero Pepe Mújica.

Es decir, dejó su cargo Sancho, se hizo a un lado Fidel, cedió el mando Mandela, el Subcomandante Marcos dejo de ser, Abdicó un Rey de Inglaterra por amor, Abdicó el Rey de España, la Reina de Bélgica, renuciaron tras la pérdida de las elecciones los fuertes líderes de la oposición del laborismo inglés y el lider del PSOE en España, renunció el corrupto Blatter, pero definitivamente en nuestra Colombia el verbo renunciar es bastante esquivo. Pareciera que renunciar a los cargos, en cualquier circunstancia, es una excepción a la regla. No hay duda, pues el síndrome de autocrasia manifiesta parace hacer parte de la genética nacional, pues para no ir muy lejos basta recordar desde el establecimiento las conocida frase: «[…] aquí estoy y aquí me quedo» de Samper, amen de la reeleción uribista y de muchos de sus adversarios, o la patética actuación del desvergonzado Jorge Pretel, presidente de la Corte Constitucional.

Claro, lo lamentable es que una parte considerable de la izquierda no armada, autodenominada marxista, que tanto alardeamos de la diálectica, de los cambios, estemos afectados ampliamente por este terrible síndrome. No importa que haya peligro, no importa que haya fracasado la convocatoria de un paro, no importa la derrota en un intento electoral, siempre, en la mayoría de los casos, estos dirigentes culpan a las circunstancias, al imperialismo, al terrorismo de Estado y hasta al clima; pero, eso sí, ningún, o casi ningún dirigente de nuestra izquierda da un paso al costado. Prefiren saltar del proyecto revolucionario que hacerse una autocrítica o volver al trabajo militante cotidiano.

Son contadas las ocasiones en que líderes de izquierda pronuncian el verbo renunciar. Nombro dos casos emblemáticos: el compañero Carlos Gaviria, quien, fiel a su pensamiento libertario, consideró que no era pertinente que los dirigentes se aferraran a los puestos y se apartó de los cargos de dirección y de las posibles candidaturas y, el compañero Álvaro Vázquez del Real, quien ante las adversidades de la lucha política interna se apartó de la secretaria general del PCC y dedicó sus últimas energías de militante comunista a fortalecer el movimiento de los trabajadores del petróleo en la USO.

En el Movimiento de los trabajadores hubo un momento esperanzador, cuando se limitó a dos periodos consecutivos la posibilidad de ser miembros del ejecutivo de la CUT. Este intento fue burlado, pues a la regla rápidamente se le inventó un mecanismo tramposo, en algunos casos, en el sentido que se burló la disposición con el gran péndulo entre el comité ejecutivo de la CUT y el de FECODE, oscilación de la cual él o la dirigente saltaría si, en algunos de los intentos, alcanzase una curul parlamentaria. Al parecer el resultado fue peor, no por la idea en sí misma, sino por los ejecutores que la mataron en la cuna. No es que alguno/a sea imprescindible en la izquierda y/o el movimiento sindical colombiano, sino que, con ese atornillamiento, no hay posibilidades de recambio, no hay Democracia interna o externa que valga.

Se olvidan, en la izquierda, algunos cleptómanos del micropoder, de los más elementales asuntos la lucha ideológica y de la lucha y política. Desde el punto de vista ideológico lamentablemente se quedaron en la pura letra de la Tesis 11 de Marx sobre Feuerbach que, además de convertirla en una consigna vacía que desprecia el análisis crítico, dieron un salto con garrocha sobre las otras tesis, tesis que claramente nos diferencian del liberalismo. La tesis VI dice en algunos apartes:

“Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.”

Se les olvidó, quizá producto del salto, que Marx sustituyó a ese hombre abstracto por el hombre real, cuya realidad histórica se constituye en las realidades sociales, y que las personalidades o los dirigentes no son “iluminados”, sino que son producto de sus épocas y sus procesos. Por sus apetencias y egos se les olvida que, para el pensamiento crítico, los colectivos humanos, y con ellos la cultura, anteceden a los individuos y no al revés, tal como como lo concibe cierto liberalimos primario, individualista por esencia.

Plejanov, quien introdujo a Lenin al marxismo, tenía claro lo que diferenciaba al marxismo del liberalismo y por ello, de manera magistral, en su obra El papel de la personalidad en la historia, aborda este tema, que de paso, a la izquierda colombiana nos haría bastante bien releer. Desde el campo de la lucha política concreta, arrojó luces sobre el asunto de los dirigentes y su papel en los procesos en el sentido que  “El gran hombre lo es no porque sus particularidades individuales imprimen una fisonomía individual a los grandes acontecimientos históricos, sino porque está dotado de particularidades que le hacen el individuo más capaz de servir a las grandes necesidades de su época, surgidas bajo la influencia de causas generales y particulares.” A esto también se había anticipado el propio Engels, refiriéndose a un hombre de la talla de Napoleón apuntó que, si no hubiese sido él, otro habría aparecido con más o menos cualidades, pero el proceso histórico no dependía en exclusivo de él.

Así las cosas, sin dejar de reconocer los méritos que sean del caso, la dirigencia que se reclama marxista en Colombia debería entender que está allí producto de determinadas circunstancias históricas, tristes por el exterminio en algunos casos, y no, exclusivamente por sus cualidades excepcionales de dirigentes, si las hay. Deberían sopesar el balance de sus décadas en los cargos, mirar al vecindario, aceptar que sus posiciones de dirección en los partidos y organizaciones de los trabajadores son encargos sociales y no derechos emanados por la fatal determinación de la Historia.

Es posible que, al haberse tragado la concepción teléológica del progreso, se crean que son ellos los maquinistas imprescindibles del tren de la revolución y, por ello, estén convencidos, de manera idealista y caprichosa, que los procesos se pararán si ellos no están al frente. Es posible, también, que hicieron de la revolución una forma de vida y estén convencidos de que, si ellos no viven como la clase que combaten, entonces las masas no podrán ver el “futuro luminoso”. Es posible que sea una combinación del muy común progresismo de izquierda con acomodamiento, pero en todo caso están a tiempo para que ellos mismos y las valiosas formaciones de la izquierda marxista colombiana no se queden como meras anécdotas de la Historia, pues basta ver el triste papel que determinadas formaciones marxistas clásicas han jugado en los recientes cambios que se han operado en América Latina.

Junio 14 de 2015

* Alfredo Holguín es integrante de la Fundación Walter Benjamin

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