La actual crisis económica mundial puede ser la oportunidad para crear más conciencia sobre los límites que debe tener la acción humana.
La dieta del carbón
Ricardo Correa Robledo
ricardocorrearobledo@gmail.com
Hace pocos meses Peter Miller y su esposa decidieron hacer la dieta del carbón. No la hicieron porque tuvieran sobre peso, se embarcaron en ella por un sentido de responsabilidad como habitantes de la tierra. La dieta del carbón consiste simplemente en cambiar hábitos y costumbres personales con el ánimo de contribuir en la reducción de la producción de Dióxido de Carbono – CO2, principal causante del efecto invernadero, a su vez causa del calentamiento global.
En un muy interesante relato publicado en la revista National Geographic del pasado mes de marzo, Miller nos cuenta lo que significó hacer esta dieta y sus efectos ambientales sustentados en cifras.
Muchas de nuestras actividades o consumos son generadores de CO2, bien de manera directa como usar el carro o bien de manera indirecta como el consumo de luz eléctrica o el uso del papel. De esta verdad tan simple se desprende otra igual de simple, entre menos energía usemos y menos consumamos ciertos productos, menos contribuiremos al deterioro ambiental y al calentamiento global en particular.
Los Miller hicieron ciertas averiguaciones previas y encontraron que un hogar promedio de Estados Unidos produce 150 libras de CO2 cada día a través de actividades como usar el carro, prender la luz, el aire acondicionado o la calefacción y usar los electrodomésticos. Encontraron también que en el supuesto de que todos los hogares siguieran esta dieta, para que su efecto fuera de impacto mundial sería necesario que se bajara la producción de CO2 en un 80%, o sea a 30 libras por día. A pesar del enorme reto emprendieron la dieta e invitaron a algunos vecinos a sumarse a la iniciativa. Averiguaron sobre cómo podían medir su gasto energético y tomaron las mediciones cada día. En este proceso hallaron que ellos consumían un 30 % más de energía que un hogar promedio norteamericano y que su principal gasto estaba representado en calefacción y aire acondicionado para la casa.
En resumen, los Miller fueron descubriendo una serie de actividades en la cuales, a la luz de esta nueva conciencia, se evidenciaba el alto consumo energético y también fueron encontrando formas y maneras de disminuir dicho consumo.
Descubrieron también que el mismo diseño de su casa era proclive al excesivo gasto de energía e iniciaron unas sencillas reformas para disminuirlo. En cuanto a electrodomésticos vieron cuales eran los que más gastaban energía y empezaron a reemplazarlos por otros modelos más modernos y certificados como ahorradores. Supieron de los aparatos “vampiros” que chupan energía incluso apagados, como son los computadores, cargadores de celular, teléfonos inalámbricos, televisores y radio relojes eléctricos entre otros.
Un mes después de iniciada la dieta, los Miller lograron una producción diaria de 70.5 libras de CO2, dos veces su meta, lo que es insuficiente, pero a su vez, la mitad de su consumo previo, lo que es un gran logro. Un 70 % menos de consumo de luz, 40 % menos de gas y 50 % menos de uso del carro. Claramente, un muy auspicioso comienzo.
Esta historia tan sencilla representa uno de los desafíos actuales más serios para toda la humanidad, para todos los países y para cada uno de nosotros. Ya hay un avance significativo en legislaciones ambientales y una preocupación por el deterioro que le hemos causado a la tierra en el último siglo. La educación progresa en esta materia y el sector productivo se va ajustando lentamente a requerimientos en la materia. Pero al mismo tiempo el daño causado es tan grande y lo que devolvemos a la naturaleza día a día sigue siendo tan intoxicante, que la alarma está en rojo con posibilidades de catástrofe.
En materia ambiental los ciudadanos descargamos la responsabilidad en los gobiernos y esperamos de éstos emprendan acciones y regulaciones que lo resuelvan todo. Sin embargo, nuestro trabajo individual no lo asumimos y seguimos con hábitos, bien por falta de conciencia o pereza, que envenenan el ambiente.
Hay preguntas elementales: ¿Usamos el agua razonablemente? ¿Somos responsables con los alimentos? ¿Gastamos más papel del necesario? ¿Prendemos más bombillos de los que se requieren o los dejamos prendidos por horas o días? ¿Somos cómodos a más no poder con el uso del carro? ¿Separamos las basuras entre orgánicas y reciclables?
La paradoja contemporánea es que hemos llegado a niveles de comodidad y abundancia nunca antes conocidos, pero esta comodidad y abundancia son la semilla de daños irreparables.
La actual crisis económica mundial puede ser la oportunidad para crear más conciencia sobre los límites que debe tener la acción humana. Si optamos por recuperar un consumo loco no habremos aprendido la lección. Si se busca mesura y equidad, la crisis habrá servido.