Intervención de Juan Manuel Santos en la Asamblea General de Naciones Unidas

por

Gobierno central

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Naciones Unidas, 29 sep (SIG).

Señora Presidenta, señor Secretario General, señores Jefes de Estado y de Gobierno, distinguidos delegados, señoras y señores:

Quiero agradecerle a nuestra embajadora María Emma Mejía por darme el uso de la palabra.

¡Qué orgullo que una mujer colombiana presida esta sesión en este momento histórico!

La Asamblea General de las Naciones Unidas –en sus 70 años– está consagrada al tema del “Camino hacia la Paz, la Seguridad y los Derechos Humanos”.

Ese es el camino que está transitando Colombia –ahora más que nunca– y por eso me siento honrado al venir a esta Asamblea para compartir una noticia también histórica.

Hoy vengo a ratificar ante el mundo que –entre los más de 20 conflictos armados que subsisten en el planeta, y que generan tanto dolor, pobreza y sufrimiento– hay uno, el de mi país, el de Colombia, que está en el camino final de una solución real.

Vamos a terminar el más antiguo y el último conflicto armado del Hemisferio Occidental.

Porque lograr la paz –en Colombia y en cualquier rincón de la tierra– es una responsabilidad que nadie debería evadir.

Bien dijo el papa Francisco, hace apenas unos días, ante el Congreso de los Estados Unidos:

“Cuando países que han estado en conflicto armado retoman el camino del diálogo, se abren nuevos horizontes para todos. Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad”.

Pues bien: en Colombia hemos procurado obrar con ese coraje, con esa audacia –pero también con esa responsabilidad– de que habla el Santo Padre, y comenzamos a ver los frutos de nuestro esfuerzo.

Han sido más de 50 años de guerra interna, en un país destinado al progreso y la felicidad, y estamos decididos a terminarla.

Porque la paz es una misión difícil, pero no imposible.

La paz es algo más que el fruto de un proceso político, social o económico.

La paz es –sobre todo– un gran proceso de transformación cultural colectiva que comienza con un cambio espiritual individual, que requiere que cada persona –en su interior– abra su mente, su corazón y su alma a la reconciliación.

¿Y por qué digo que hoy vengo más optimista que nunca a esta Asamblea?

Porque hace menos de una semana, en La Habana –luego de casi tres años de negociaciones en los que hemos avanzado en la mayoría de los puntos de la agenda acordada–, se logró un acuerdo sobre el que era, tal vez, el mayor obstáculo para firmar la paz.

Logramos un acuerdo sobre lo más difícil en cualquier proceso de paz: un sistema de justicia transicional que garantiza la no impunidad para los delitos más graves cometidos con ocasión del conflicto.

Con este acuerdo –que respeta la normatividad y los principios del derecho internacional y de nuestra propia Constitución– se coloca por primera vez el derecho de las víctimas a la justicia –así como a la verdad, a la reparación y a la no repetición– en el centro de la solución de un conflicto armado.

Y estamos logrando nuestro objetivo: el máximo de justicia que nos permita el tránsito hacia la paz.

Esta es también la primera vez, en la historia de los conflictos en el mundo, en que un gobierno y un grupo armado ilegal –en un acuerdo de paz y no como resultado de posteriores imposiciones– crean un sistema de rendición de cuentas ante un Tribunal nacional por la comisión de crímenes internacionales y otros delitos graves.

Estamos sentando un precedente que puede servir de modelo a otros conflictos armados en el planeta.

Y es tan importante este avance –tan significativo– que nos permitió dar dos pasos adicionales, que son la mejor noticia que traigo a este gran foro de naciones.

Acordamos una fecha límite para firmar el Acuerdo Final que terminará nuestro conflicto armado: será –como máximo– el 23 de marzo de 2016. Es decir, en menos de 6 meses.

A más tardar ese día estaremos dando un adiós definitivo a la última y más larga guerra de Colombia, y no solo de Colombia sino de todo el Hemisferio occidental.

Y acordamos –además¬– que las FARC comenzarán a dejar las armas a más tardar a los 60 días luego del Acuerdo Final.

Así pues, el próximo año, cuando regrese a esta Asamblea, lo haré –Dios mediante– como presidente de una Colombia en paz, de una Colombia reconciliada.

Nuestro proceso de negociación con la guerrilla de las FARC ofrece –así– una luz de esperanza en un mundo ensombrecido por la guerra, la violencia y el terrorismo.

Sea esta la ocasión para agradecer –en nombre de los 48 millones de colombianos– a la comunidad internacional por su apoyo a nuestros esfuerzos de paz. Y por su voluntad de respaldar la etapa del posconflicto.

Una Colombia en paz será un factor positivo para el mundo en asuntos tan diversos –aunque relacionados– como la lucha contra el cambio climático y contra las drogas ilegales, la seguridad o la erradicación de la pobreza extrema.

Nuestro país se precia de ser el país más biodiverso del planeta de acuerdo con su tamaño.

Pero somos también uno de los más vulnerables frente a los efectos del cambio climático.

Por eso insistimos tanto en la dimensión ambiental de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Al terminar mi gobierno, en 2018, espero haber dejado protegidas en Colombia cerca de 20 millones de hectáreas –casi la quinta parte de nuestro territorio–.

Apoyamos con toda convicción la Cumbre Ambiental de París –COP21– a fines de este año, y llevaremos allá nuestro compromiso concreto de aporte a la meta de reducción de gases de efecto invernadero.

Estamos también enfrentando el problema de los cultivos y las drogas ilegales con una estrategia integral, como la que hemos propuesto al mundo.

Planteé, en la Cumbre de las Américas de 2012, en Cartagena, la necesidad de hacer una evaluación objetiva de los resultados de la llamada Guerra contra las Drogas –que ha sido tan costosa en vidas y en recursos–, y el estudio lo realizó y entregó hace dos años la Organización de Estados Americanos.

Ahora nos preparamos para la Sesión Especial de las Naciones Unidas sobre este tema –que tendrá lugar en 7 meses–.

Allí seguiremos abogando por una  nueva estrategia global que se base en evidencia científica; que haga mucho mayor énfasis en salud,  en  educación y  en combatir las raíces sociales de este fenómeno, y  que busque minimizar el daño que hacen las drogas mediante estrategias más inteligentes y más humanas.

En Colombia –mientras tanto– no nos hemos quedado quietos…

La semana pasada presenté el Plan Integral de Sustitución de Cultivos, que se basa en ese enfoque múltiple: no solo perseguir las mafias, sino dar oportunidades económicas y sociales a los campesinos, garantizar la presencia del Estado y la justicia, y prevenir y tratar el consumo como un tema de salud pública.

Si terminamos el conflicto, la guerrilla –que ha sido un factor negativo en el fenómeno del narcotráfico– se convertirá, una vez dejadas las armas, en un aliado para combatirlo.

¡Esto tendrá un simbolismo extraordinario! Que quienes protegían los cultivos ilícitos, nos ayuden a erradicarlos.

Así gana Colombia y gana el mundo. Porque comenzaremos a librarnos de la coca y, al mismo tiempo, a preservar y salvar millones de hectáreas de bosque tropical.

Bien dijo el Papa en este mismo recinto hace cuatro días –y vuelvo a citarlo–: “La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al medio ambiente”

Una Colombia en paz será también una Colombia más segura, pues las enormes energías y esfuerzos que hoy se dedican a enfrentar el conflicto interno se destinarán a mejorar la seguridad y contrarrestar el delito en ciudades, pueblos y veredas.

Y, por supuesto, será una Colombia con más oportunidades para todos, donde sigamos disminuyendo la pobreza y generando empleo como lo venimos haciendo, a un ritmo que nos sitúa a la cabeza de América Latina en progreso social en los últimos años.

La paz –en resumen– nos permitirá cumplir mejor con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que ya son ley de la República  y  que hemos aprobado dentro de la Agenda 2030.

Hoy invito a todos los colombianos –sin excepción alguna– y a todos los ciudadanos del mundo a que le demos una generosa oportunidad a la paz.

El legado más valioso que podemos dejarles a nuestros hijos y a las futuras generaciones es la paz. ¡Nada puede haber más importante ni más urgente!

Porque la paz es el bien supremo de una sociedad –el más sagrado– y la razón de ser de las Naciones Unidas.

Hoy –con la alegría y la emoción de las buenas noticias– estoy aquí para decirle al mundo:

EN COLOMBIA –EN MENOS DE 6 MESES– REPICARÁN LAS CAMPANAS QUE ANUNCIEN LA HORA DE LA PAZ.

Hago votos por que todos los relojes del mundo se sincronicen con el nuestro en esa misma hora…

¡LA HORA DE LA PAZ!

¡LA HORA DE LA HUMANIDAD!

Autor

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