De la guerra en Ucrania a la guerra económica internacional y a la crisis de la energía- Por Camilo González Posso

Por Camilo Gonzalez Posso

De la guerra en Ucrania a la guerra económica internacional y a la crisis de la energía

Camilo González Posso

Presidente de Indepaz

13 de marzo de 2022

Transcurridos 3 semanas días desde el inicio de la invasión de las tropas rusas a Ucrania se mantiene la resistencia, no se vislumbra un desenlace de la guerra por rápido triunfo de Putin y capitulación del gobierno de Zelenski. La ofensiva de Putin ha logrado tomar posesión de cerca del 12% del territorio y ha bombardeado en 30 ciudades y en 2.000 objetivos militares presionando un éxodo de más de dos millones de ucranianos hacia los países vecinos al occidente.

Según las cuentas de las partes ya serían más de tres mil muertes, 594 civiles, y son millones los que pasan hambre y se encuentran confinados intentando sobrevivir en medio del ruido de las armas. También en la zona del Donbas continúan los ataques de los oficialistas, ultranacionalistas y de grupos neonazis como el Batallón Azov contra la población de Lundask y Donest, generando gran destrucción, número de muertes y causando que centenares de miles de personas huyan hacia Rusia. La economía de Ucrania ha colapsado y el desabastecimiento es cada vez más crítico en las regiones ocupadas o sometidas a la destrucción.

La dimensión de la tragedia de la guerra y la ocupación se aprecia en otra dimensión, si se recuerda que en estos dos años la pandemia del COVID 19 ha significado 112.000 muertes en Ucrania y que el contagio ha sumado 60.000 personas entre el 24 de febrero y el 9 de marzo de 2022, con cerca de 3.000 muertes.

Ante este panorama se multiplican las voces de rechazo a la invasión promovida por Putin, a la injerencia de Estados Unidos y de países de la OTAN que siguen en su política de expansión hacia el oriente y de subordinación de Ucrania a sus intereses geopolíticos y económicos. Esa injerencia de la OTAN no ha adquirido hasta hoy el carácter de declaratoria de guerra entre sus países y la Federación Rusa, pero el escalamiento de la guerra en territorio ucraniano aumenta el riesgo de incidentes internacionales armados, que se acompañan de amenazas de Putin de recurrir a armas atómicas Hay alertas y movimientos de dispositivos estratégicos que motivan reclamos en todo el mundo en contra de la guerra, por el retiro de las tropas rusas de Ucrania, de los mercenarios y neonazis ucranianos que buscan su beneficio empujando la guerra con Rusia, por la disolución de bloques militares al servicio del expansionismo de potencias y por el desarme nuclear.

La guerra económica o la continuidad de la guerra por todos los medios

Mientras sigue la invasión y la resistencia, se intentan establecer conversaciones entre los delegados entre Ucrania y Rusia. Zelelski ha dado señales de disposición a ceder en cuanto al ingreso a la OTAN y a renunciar al reclamo sobre Crimea; al mismo tiempo la Unión Europea no ha aceptado por ahora el ingreso de Ucrania. No obstante estas movidas las negociaciones no avanzan sobre otros temas que reclama Putin con la pretensión de “desmilitarizar, desnazificar” a Ucrania y de avanzar en la independencia de la región del Donas.

 Entre tanto, la guerra económica se eleva a niveles nunca vistos con el bloqueo declarado por Estados Unidos y la OTAN a las relaciones económicas de Rusia con occidente. El costo del forcejeo entre Estados Unidos y Rusia por el control de Ucrania y la influencia en Europa se está elevando con la guerra económica que profundiza la crisis asociada a la pandemia. Las nuevas sanciones económicas contra Rusia tienen la curiosa dinámica de generar inestabilidad y retrocesos en la débil recuperación mundial para intentar producir una debacle económica de altos precios y escasez en Rusia. A la población de Europa de la OTAN y de Estados Unidos se le pide que soporte el crecimiento de los precios, el freno del empleo y de los ingresos, con la promesa de que el sufrimiento del pueblo ruso será mayor y con ello se debilitará la guerra de Putin y su capacidad de proyectar una ocupación de larga duración.

Las medidas de bloqueo o guerra económica incluyen la disminución abrupta y hasta suspensión de comercio de ciertos bienes entre los países de la OTAN y Rusia, el cierre de bancos rusos y limitación de acceso a créditos internacionales, de transacciones interbancarias internacionales y de bancos occidentales en Rusia, la confiscación de bienes de oligarcas/magnates rusos en Europa, prohibición de sus inversiones, embargo de armas, prohibición de uso del espacio aéreo a compañías aéreas rusas, el retiro de Rusia de emblemáticas empresas multinacionales estadounidenses y de países de Europa, el congelamiento de intercambios en tecnología e investigación, la censura a expresiones culturales y artísticas de origen ruso. El punto crucial ha sido la suspensión del gasoducto Nord Stream 2 y de compras de petróleo ruso por parte de Estados Unidos.

El efecto de estas medidas ha sido inmediato entre la población rusa para hacer transacciones con tarjetas o disponer de remesas y ahorros en el extranjero. El rublo se ha depreciado 30% en las primeras semanas y sigue cayendo, la inflación se ha disparado y comienza a sentirse escasez de insumos. La economía rusa se ve totalmente impactada por la guerra y muchas empresas se resienten por las limitaciones de insumos importados, las tasas de interés al alza y la caída de la capacidad de compra de la población. En occidente pronostican imposibilidad de pago de la deuda, pero no se sabe eso a quien castiga más. Y los más apocalípticos recuerdan el colapso de la URSS acelerada por la carga de la carrera armamentística. No cabe duda del impacto del bloqueo, pero a corto plazo no parece modificar el escenario en la guerra desatada en Ucrania; los efectos a mediano plazo están por verse en el nuevo orden, el de la anunciada “nueva normalidad” pos-pandemia que será también el de una rara guerra fría intracapitalista y de reparto armado entre potencias.

La respuesta de Rusia a las acciones de bloqueo ha sido prohibir la exportación de cerca de 200 productos que son de peso en occidente y que producen empresas nacionales y extranjeras. El anuncio incluye la decisión de ir a la nacionalización de empresas occidentales que se han sumado a las hostilidades. Putin apuesta a producir un shock en Europa occidental y contribuir a la inestabilidad económica en Estados Unidos. Esa prohibición incluye algunos productos agrícolas, agroforestales, eléctricos, autos, drones, aviones, equipos de telecomunicaciones y minerales como el níquel, el aluminio y el paladio, que pesan en el mercado mundial. Se estima que cerca de 50 países sentirán el impacto y tendrán un periodo de ajuste que puede llevar varios años con altos precios y reacomodos.

Se habla del acercamiento de Rusia a China y sus acuerdos comerciales, de petróleo y gas, pero se habla menos del impacto que tiene la guerra en las relaciones entre Ucrania y China que es el principal comprador de productos, con más de 7.000 millones al año. Desde 2013 China ha comprado tierra en Ucrania y hoy es el propietario del 10% del territorio del país, con más de más de 29.000 kilómetros cuadrados en la región de Dnipropetrovsk (El Economista, 2022)[1].  Ucrania exporta a China hierro, maíz, girasol, cebada, entre otros, e importa alrededor de 8.000 millones de dólares de productos chinos. Los otros mercados e intercambios importantes son con Alemania, Polonia y Rusia.

No se puede olvidar que la emergencia de China como potencia mundial incluye la fuerte interconexión de negocios con multinacionales de los países de Europa, especialmente de Alemania, Francia, Italia y Reino Unido. Además, el gran proyecto de la Ruta de la Seda tiene ya compromisos y proyecciones con la mitad de los países de Europa y con la mayoría de los países de América Latina. La inversión China en las obras de infraestructura y créditos para conectar más de 68 países, con 4.400 millones de personas, supera los 8 billones de dólares, según informe de El Economista (2018)[2].

En todo ese panorama de competencia entre potencias por posiciones en los mercados de energía, recursos naturales, tecnología, estamos entrando en una etapa en la cual las guerras y tensiones militares se ponen en función del nuevo reparto económico y geopolítico.

Como estamos en las guerras de la globalización capitalista, los impactos de la guerra en el territorio de un Estado, con injerencia internacional en muchos aspectos, resuena en toda la humanidad con impactos insospechados por los protagonistas. Como dicen los comentaristas noticiosos: las bolsas están nerviosas en las capitales de las potencias y sus redes subordinadas.

 

La crisis de la energía y los bemoles del cambio climático

Lo más sensible se está viendo en los sistemas de energía afectados por el aumento de precios del petróleo y el gas desde el anuncio de la guerra y escalados con la ocupación, la disminución de compras de petróleo ruso y el bloqueo declarado por Estados Unidos a los hidrocarburos importados por Rusia que representan el 8% del consumo de ese país. El galón de gasolina aumentó 20% en Estados Unidos y en el mercado mundial el precio del barril de crudo ha oscilado entre 110 y 130 dólares en la primera semana de marzo. El precio del gas en Europa que venía subiendo escandalosamente en 2021 ha tenido un aumento del 40% en las primeras semanas de la guerra.[3]

La crisis de la energía tiene su mayor impacto en Europa cuyos países, como se ha repetido en las noticias, dependen entre el 30% y el 90% de los suministros de gas que vienen de Rusia por gasoductos que en su mayoría atraviesan Ucrania.

Estados Unidos, con su más cercano aliado de Londres, parece dispuesto a pagar su costo interno a cambio de avanzar en la reconquista de Europa, disciplinándola en la confrontación con Rusia por medio de la OTAN y otras instancias mientras ofrece gas y armas. En medio de la guerra, y desde antes, Ucrania ha sido endeudada e hipotecada con el suministro militar y ya deben estar listas las empresas de la reconstrucción, tal como ocurrió cuando la guerra contra Irak en 2001.

La invasión a Ucrania ha coincidido con la publicación del informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, 2022)[4] que vuelve a alertar sobre la grave situación del planeta por el calentamiento global y la ruta actual hacia el desastre por sus impactos en la destrucción de la vida de todos los seres, entre ellos los humanos. Esta crisis global, como la de las pandemias desatadas en suma por la depredación inherente a esta civilización de competencia darwiniana entre potencias, ha pasado al tercer lugar de las agendas de los países más contaminantes del planeta.

La preocupación de los países más impactados por la guerra del petróleo es mantener la oferta de energía y garantizar el suministro necesario para la recuperación de la recesión del COVID 19 y el crecimiento en esta década. La dinámica de ruptura con Rusia prende todas las alarmas para intentar un cambio acelerado de los subsistemas de energía que disminuyan la alta dependencia de Rusia contrayendo lo que llaman la seguridad energética de Europa. Como lo muestran las 10 medidas de urgencia adoptadas el pasado 8 de marzo, el objetivo es minimizar el impacto del cierre progresivo o abrupto del suministro de gas ruso y sustituirlo por compras de fuentes de energía fósil a otros países, con producción propia de gas y carbón, retorno a la energía nuclear y ampliación acelerada de las energías renovables eólica y solar.  

Según la Agencia Nacional de Energía (2022), las 10 estrategias del plan incluyen:

No firmar nuevos contratos de suministro de gas con Rusia. 2. Reemplazar los suministros de gas rusos por fuentes alternativas. 3. Introducir obligaciones mínimas de almacenamiento de gas. 4. Acelerar el despliegue de nuevos proyectos eólicos y solares. 5. Maximizar la generación de energía a partir de la bioenergía y la energía nuclear. 6. Promulgar medidas fiscales a costo plazo sobre ganancias inesperadas para proteger a los consumidores vulnerables de electricidad a los altos precios. 7. Agilizar la sustitución de calderas por bombas de calor. 8. Acelerar las mejoras de eficiencia energética en los edificios y la industria. 9. Fomentar una reducción temporal del termostato de 1°C por parte de los consumidores. 10. Intensificar los esfuerzos por diversificar y descarbonizar las fuentes de flexibilidad del sistema eléctrico.[5]

A estas horas de la crisis y las guerras económicas, lo que menos les importa a las potencias contaminantes responsables del cambio climático, es asumir costos de una urgente transición energética con reducción de emisiones de gases de efecto invernadero asociadas al consumo de gas, petróleo y carbón. Entramos en otro capítulo del “todo vale” para la seguridad energética de las potencias y de los señores de la guerra del nuevo reparto para la nueva normalidad.

Estados Unidos, Europa Occidental y Rusia, los responsables del 80% del acumulado de Gases de Efecto Invernadero-GEI abren otro capítulo en las guerras del petróleo en un juego en el cual tienen al frente a los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo- OPEP y a las grandes multinacionales que tienen la llave maestra para regular la oferta y manejar precios altos.

El mencionado documento la Agencia Internacional de Energía (2022) señala que para Europa la principal opción a corto plazo implicaría alejarse del consumo de gas en el sector eléctrico a través de un mayor uso del gas de Europa, reactivar el carbón, o usar petróleo en las centrales eléctricas de gas existentes.

Entre tanto, las petroleras en Estados Unidos se disponen a incrementar el fracking para cubrir en parte el déficit que deja el cierre de compras a Rusia y exportar Gas Natural Liquado-GNL a Europa. Las negociaciones con Irán y Venezuela, que sumados tienen el 27% de las reservas mundiales, apuntan también a ganar posiciones en la competencia por el petróleo.[6]

Con los altos precios del petróleo las energías renovables encuentran mayor espacio para ampliar la oferta en parques eólicos y granjas solares. El aumento del precio de las materias primas y minerales se reflejará en mayores precios por kWh de fuentes renovables que tendrán, no obstante, ventajas comparativas frente a la energía fósil mucho más costosa. Al mismo tiempo, las renovables tienen límites por saturación o densidad, que serán mayores para los países en donde han tenido gran expansión en la última década, como Alemania, España y otros del norte de Europa. A corto plazo la ventaja para enfrentar la guerra del petróleo la tienen las inversiones fósiles mientras que en el largo plazo la podrán tener las renovables y otras como el hidrógeno y la fusión.

En todo caso estas guerras están profundizando la crisis de la energía en el mundo y hacen más difícil alcanzar las metas comunes sobre cambio climático que han comprometido a la comunidad planetaria. Las consecuencias son muchas, pero son de gran impacto para los países del sur y en particular en América Latina. Ya está revuelto el escenario del bloqueo a Venezuela que ha comenzado a ablandarse con el reconocimiento de hecho al gobierno de Nicolás Maduro por parte de Joe Biden y el inicio de diálogos para buscar otro escenario en el cual llegue petróleo venezolano a Estados Unidos.

A Colombia la crisis energética mundial le abre posibilidades a la recuperación de exportaciones de petróleo y carbón que, en 2021 con respecto al 2020, han caído en 17% y 27% respectivamente. Pero, lo que es fundamental, se coloca como asunto urgente revisar las políticas de soberanía energética y de respuesta a la crisis climática desde una estrategia que solo será eficaz si se entiende a partir de un acuerdo latinoamericano. Si no se hace un replanteamiento de las liliputienses políticas de Acción Climática que ha venido presentando el gobierno de Colombia (González, 2022)[7] se seguirá a la cola de las estrategias de negocios negros, grises, azules o verdes de las potencias contaminantes y de las multinacionales que ya están hegemonizando la transición energética para adecuarla a los intereses de sus dueños y de los países de la casa matriz.

El Fondo Monetario Internacional ante la ocupación militar de Ucrania ha hecho ajustes en sus pronósticos de recuperación de la economía mundial de por lo menos un 25% menos en el crecimiento del PIB, sin contar Rusia ni Ucrania. Este ajuste es mayor para la zona del euro y Estados Unidos y en cambio tiende al alza en los países de la OPEP y en los productores importantes de minerales de la transición energética y la alta tecnología. Según el FMI “Los shocks de precios tendrán un impacto en todo el mundo, en particular en los hogares pobres para los que los alimentos y los combustibles representan una porción mayor de sus gastos. Si el conflicto se agrava, los daños económicos serán aún más devastadores” (El Cronista, 2022)[8]

La perspectiva de la estanflación se atraviesa en la débil recuperación en medio de la pandemia con mecanismos de traslado de los costos de la guerra a los países más subordinados a los poderes hegemónicos del mundo y a los más pobres en cada país. Los beneficios mayores van para los señores de la guerra, las multinacionales de las armas, las corporaciones financieras, los bancos, los dueños de la energía fósil y del extractivismo verde y azul.

Entre guerras calientes y guerras frías armadas se está anunciando el nuevo orden y el reparto de poderes de zonas de influencia entre potencias y de pueblos sacrificados. Así ha ocurrido en el pasado, como se dio después de la gran depresión de 1929 y el desenlace de la Segunda Guerra Mundial. La llamada Guerra Fría, que se prolongó hasta 1991, es el nombre eufemístico del control del orden de los ganadores dibujado en los acuerdos de Yalta y Potsdam que se vio alterado por resistencias y revoluciones como la China y las de liberación en África y Asia. Ahora, cuando la globalidad capitalista enfrenta la mayor catástrofe económica del último siglo, parece que entramos en una fase de desequilibrios críticos, de nuevos repartos pero también de globalización de resistencias, de Utropías y formación de poderes contrahegemónicos, intransigentes en contra de las guerras y por la emergencia de una civilización solidaria, en la cual no se amanezca un día para leer que un aspirante a Zar despótico amenaza con bombas atómicas y un autócrata imperial le responde que está preparado para la tercera guerra mundial.


[1] Ver: https://www.eleconomista.es/economia/noticias/11648099/03/22/La-guerra-trastoca-los-planes-de-China-la-apuesta-millonaria-de-Xi-Jinping-en-Ucrania.html

[2] Ver https://www.eleconomista.es/mercados-cotizaciones/noticias/9135375/05/18/China-abre-una-nueva-Ruta-de-la-Seda-en-la-que-invertira-8-billones-de-dolares.html

[3] https://elpais.com/economia/2022-03-02/los-precios-de-la-energia-se-descontrolan-por-la-guerra-en-ucrania.html

[4] https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/

[5] Ver https://www.iea.org/reports/a-10-point-plan-to-reduce-the-european-unions-reliance-on-russian-natural-gas?utm_source=SendGrid&utm_medium=Email&utm_campaign=IEA+newsletters

[6] Ver: https://www.catorce6.com/actualidad-ambiental/internacional/19223-los-paises-con-las-mayores-reservas-de-petroleo-en-el-mundo

[7] Ver www.indepaz.org.co

[8] Ver https://www.cronista.com/internacionales/guerra-rusia-ucrania-el-fmi-pronostica-efectos-devastadores-para-la-economia-si-sigue-escalando/

Camilo Gonzalez Posso

Presidente del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz – INDEPAZ. Magister en Economía, Ingeniero Químico. Profesor en varias universidades entre 1968 y 1994, Ministro de Salud de la República de Colombia (1990 – 1992). Consultor del Ministro de Trabajo (2000 – 2002). Director del proyecto Centro de Memoria y Paz de Bogotá. Autor de varios libros, ensayos y artículos periodísticos dedicados a temas económicos, políticos o sociales de la construcción de democracia y paz.