La guerra después de la guerra

Por Indepaz
Las manifestaciones de esta “guerra después de la guerra” son casi siempre devastadoras para el individuo y su entorno y se extienden a toda la sociedad.
 
 
Estuvo la primera quincena de septiembre en Colombia el monje Budista Claude Anshin Thomas, quien también fue soldado norteamericano en Vietnam. Fueron frecuentes sus reuniones y charlas con personas que han intervenido en el conflicto armado en Colombia o y con víctimas del mismo: soldados mutilados, guerrilleros, paramilitares desmovilizados, familiares de secuestrados, personas extorsionadas, desplazados . Su conexión fue tremenda, él y sus interlocutores conocían lo que es la guerra desde adentro.
Cuando los ex combatientes le preguntaban por determinadas secuelas que la militancia y el conflicto les ha dejado, su respuesta era contundente: la guerra después de la guerra continua y tal vez siempre esté allí. Desde su propia experiencia como ex soldado, y también desde su trabajo de acompañamiento a gran cantidad de personas que han participado en diferentes conflictos en muchos países del mundo, es claro para él que la guerra se enquista en un lugar muy profundo del alma de aquellos que participan en ella y que sus efectos psicológicos, emocionales y espirituales son muy poderosos y dolorosos.
Quienes no hemos participado en la guerra de manera directa tendemos a pensar que la sola desmovilización o un acuerdo de paz lo cambia todo, que los combatientes pasan automáticamente a ser civiles y que con superficiales programas de reinserción se convierten en ciudadanos comunes y corrientes. Grave error.
El trabajo de este monje y ex soldado, lleno de testimonios alrededor del mundo, empezando por el propio, muestra una realidad completamente diferente. Las manifestaciones de esta “guerra después de la guerra”, como él describe este estado, son casi siempre devastadoras para el individuo y su entorno y se extienden a toda la sociedad.
En Colombia son cientos de miles de personas las que han pasado por la guerra: soldados oficiales, guerrilleros y paramilitares. Esto sin contar los que todavía permanecen en ella. Son cientos de miles de personas que tienen que vivir, en mayor o menor grado, con el drama de la guerra después de la guerra.
 
Sabiendo de antemano lo extremadamente difícil que es ponerle en este momento un fin al conflicto armado, teniendo pistas sobre su profunda degradación ( hablo de pistas porque sólo los que la padecen o la viven lo saben realmente), es urgente trabajar para que termine.
Toda la discusión y el análisis sobre la seguridad, sobre el conflicto mismo, ignoran esta dimensión que va mucho más allá de lo externo. Somos una sociedad embelesada con los partes militares, los anuncios de mayor inversión militar, el aumento del pie de fuerza y los duros golpes que se le dan al enemigo. Este embeleso nos pasará la cuenta de cobro más adelante, y será alto el precio. Más allá de las acciones, de los hechos visibles, hay un espíritu, un sentimiento de violencia que tiene poseído al país. Y que trabaja en una doble vía.
 
La guerra interior, de cada uno, y los odios individuales alimentan la mirada del conflicto, y a su vez, este estado colectivo de rabia y odio, de combate, penetra la vida cotidiana.
Antes de continuar y para evitar polémicas estériles, advierto que no soy ingenuo. Claro que sé de la necesidad de protección que merecen todos los colombianos y que para ello existe la fuerza pública. Esto implica unos dispositivos e instrumentos de acción.  
Como lo dice Anshin Thomas, una vez se entra a la guerra, ésta se vuelve una droga, un narcótico. Cualquier intención se pervierte. Esto es de una claridad incuestionable en la guerrilla y los paramilitares: las masacres, la arbitrariedad con la vida y la libertad, el reclutamiento y abuso de menores. También hay señales que indican que este narcótico hace presencia en las tropas oficiales: los falsos positivos, asociaciones con paramilitares y casos como el de la comunidad de paz de San José de Apartadó. Nadie queda inmune. 
Como individuos y sociedad tenemos una gran responsabilidad frente a todos estos hechos. Hay que acompañar a quienes dejan la guerra en ese transito extremadamente difícil. Hay que ir mucho más allá de los programas oficiales existentes. Las maneras son muchas, si existe la voluntad para aprender como hacerlo. Y se aprende escuchándolos.
El lector se preguntará ¿Qué puedo hacer yo? Anshin Thomas responde: 
“para empezar tome conciencia de las raíces de la violencia y la guerra en usted mismo” 
 
ricardocorrearobledo@gmail.com