Columna publicada por EL TIEMPO y EL ESPECTADOR en octubre de 1992, a 500 años de 1492.
El mal llamado “Descubrimiento de América” no significa sólo destrucción para las sociedades amerindias, aniquilamiento de su población y pillaje de sus riquezas. También abre luego una era de explotación sin precedentes de africanos, traídos esclavizados en el transcurso de cuatro siglos. De esto se habla menos, en estos días de “los quinientos daños”.
Las guerras de “la independencia” expulsan a los colonizadores de América, pero preservan la esclavitud.
“La larga noche de la esclavitud”
[Síntesis del texto de John Budick, IMPRECOR, mayo/92].
Entre 1518 y 1873, el comercio internacional de seres humanos conduce más de 10 millones de africanos a América, la más grande migración forzada de la historia. Por lo menos otros 10 millones mueren durante las expediciones, las guerras adelantadas en África para capturar hombres y mujeres y reducirlos a la esclavitud, o durante la infame travesía Atlántica. Para los europeos implicados, representa el negocio más lucrativo del mundo. Algunos investigadores afirman que esos enormes lucros financian, en gran medida, la revolución industrial en Europa.
Hombres y mujeres traídos a las Américas son arrancados contra su voluntad de un continente africano, que no es “primitivo”. Siglos antes de la llegada de los europeos –cuentan los historiadores-, importantes Ciudades-Estados están a la cabeza de vastos imperios a lo largo de las costas del África del Oeste. Desde el siglo XIV, por ejemplo, el Reino de Bénin se enorgullece de una capital de 40 kilómetros de circunferencia, rodeada por un muro de madera de 15 metros de alto. El Reino Ashanti, situado en la actual Ghana, incluye varias ciudades rodeadas de empalizadas y la población de cada una sobrepasa los 5.000 habitantes. Desde el siglo XIII los célebres vaciados en cobre, retratos reales y esculturas en barro cocido o en latón de los yorubas rivalizan con las más grandes obras del Renacimiento italiano.
Los africanos son transportados a través del Atlántico en especial desde fines del siglo XIV, cuando la rentabilidad de los cultivos de caña de azúcar se hace evidente, y los primeros esfuerzos de los europeos por esclavizar a los indígenas de las Américas fracasan, por la dificultad de mantenerlos en cautiverio sobre sus propias tierras y por la devastación causada por las diversas epidemias que asolan el continente.
Recurrir a África como fuente de mano de obra esclavizada no tiene solo la ventaja de colocar de por medio un Océano entre estos hombres y mujeres y las sociedades susceptibles de defenderlos. Este comercio se apoya igualmente sobre una infraestructura surgida de la práctica centenaria de los Estados africanos, que consiste en capturarlos y llevarlos a los jefes locales. Antes del comercio Atlántico, la esclavitud en África no es capitalista; está destinada esencialmente a suministrar los servicios a las elites reales. No está orientada a la producción de mercancías para el mercado mundial. Una vez el tráfico se inicia, los contratistas africanos pueden ganar hasta 600 lingotes de hierro de buena calidad o 16 fusiles por cautivo. El atractivo de tales riquezas conduce al desarrollo de una economía de guerra donde los jefes pueden volverse reyes, y los reyes emperadores.
En la costa africana, los capturados permanecen encadenados en los fuertes. Los viejos, los débiles y los inválidos son eliminados por los médicos, y los otros marcados con hierro candente por sus “propietarios” europeos. Hasta un tercio de esas mujeres y de esos hombres amontonados en los navíos esclavistas mueren durante el viaje: de enfermedad, de frío, de hambre y de abatimiento. En las plantaciones y en las minas no pueden esperar vivir más de siete años después de su llegada.
A pesar de tales condiciones, ellos luchan por preservar su humanidad. Por ejemplo, cuando los esclavistas rompen las familias nucleares, forjan una gran variedad de lazos. Los niños son educados por aquellos que comen, duermen y trabajan próximos y por las personas convertidas en coparientes a través de los ritos del bautismo. Crean y desarrollan religiones complejas, que mezclan elementos de su herencia africana con tradiciones indígenas y católicas. La Santería en Cuba, el Vudú en Haití, el Candomblé en Brasil y el Shangó en Jamaica, son las más conocidas. Esas creencias, centradas en la posesión de médiums por las divinidades africanas tradicionales como Oggún, Changó u Oxalá suministran un sentimiento de pertenencia, de respeto por sí mismos, de dignidad, de finalidad y de santidad.
[Concluye John Budick, en su texto aquí sintetizado]. La autoemancipación asegura el fin de la esclavitud. Durante un tiempo las revueltas se dirigen al mejoramiento de las condiciones de vida en el seno mismo del sistema esclavista, o a la fuga. Pero, a comienzos del Siglo XIX, los levantamientos, incluida la revolución haitiana, tienen por objetivo la abolición total de la esclavitud.
12 de octubre de 1992.
PS: 12 de octubre de 2024. Hoy, descendencias africanas hacen parte de nuestros Pueblos ancestrales; como los Pueblos indígenas, raizales y otros, que son pueblos-naciones con culturas, lenguas y derechos de exclusiva soberanía. Derechos muchas veces conculcados.
También el Pueblo Rrom, o gitano, hace parte de las naciones y la riqueza de nuestros países; “sastipen thaj mestipen”, internacionalistas:
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