Camilo Gonzalez Posso
Presidente de Indepaz
Julio de 2025
Lo había hecho en 2017 pero en estos días hace más ruido: El presidente de los Estados Unidos se ha retirado otra vez del Acuerdo de París sobre cambio climático y ha lanzado anatemas contra las iniciativas frente a la crisis climática en Estados Unidos y en cualquier parte del mundo. Trump dice que es una farsa lo que se ha montado con el calentamiento global y sus consecuencias. Su política, en contravía de los acuerdos internacionales, es darle prioridad al crecimiento de la energía fósil y de sus usos industriales y domésticos. En esa perspectiva la administración Trump no disimula posiciones contra la 30ª Conferencia de las Partes (Conference of the Parties) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) que se realizará en Brasil entre el 10 y el 21 de noviembre de 2025.
La ley firmada por Trump en julio de 2025 (“One Big Beautiful Bill”- BBB) consagra como política de los Estados Unidos el fomento de la energía fósil como fuente de energía en su economía y entre sus aliados. Estados Unidos ya es el principal productor de petróleo y gas en el mundo y ahora se propone llegar más lejos quitando limitaciones a la exploración y explotación, promoviendo la exportación de gas natural licuado, GNL y dando un nuevo impulso a la industria automotriz fósil. La otra cara es el fortalecimiento de la industria militar y sus insumos, todo con énfasis en energía fosil.
La “grande y bella ley” no se limita a proyectar el auge de energía fósil hasta el 2100, sino que frena radicalmente la producción y uso de energía renovable eólica y solar, que Trump califica de “fea” y desventajosa para la economía de los Estados Unidos. El mecanismo que establece la BBB es la reducción de los beneficios fiscales a los nuevos productores o promotores de esas energías renovables y al tiempo el freno radical al mercado de vehículos eléctricos. La fórmula es energía fósil al por mayor y algún espacio para iniciativas de energía nuclear, hidráulica, geotérmica. Todo bajo la condición de bloquear la importación de productos de la industria de energía de origen chino o con componentes de esa procedencia.
¿Cómo influye esta posición de los Estados Unidos en la COP30 y en el cumplimiento de las metas de mitigación y adaptación ante la crisis climática y ecológica global?
El panorama mundial ha venido cambiando en contra de la acción climática y es probable que los compromisos se debiliten bajo el impacto de los cambios de política de energía en Europa y en Medio Oriente al ritmo de las guerras y el reordenamiento de los mercados de petróleo, gas y carbón.
La cuestión climática y de la transición energética ha cedido terreno frente a las cuestiones de seguridad y a la guerra por poderes y recursos entre potencias.
Estados Unidos no concurre a la COP30, pero presiona a todos sus aliados y subordinados a alinearse con sus intereses. Europa está sometida a la presión para el aumento del gasto militar y de la compra de armamento a Estados Unidos. La guerra en Ucrania ha incluido a la energía como campo de disputa, como arma estratégica, cortando los suministros de gas desde Rusia y obligando a muchos países a pagar tarifas exorbitantes por gas y a ampliar las compras de gas natural licuado -GNL a Estados Unidos.
En los tres años de guerra las importaciones de gas a Europa desde Rusia han disminuido más de 70% por el cierre de los gasoductos, lo que se suma con el incremento de precios y la caída de la demanda en medio de la recesión industrial en muchos países y en particular en Alemania. En las mayores economías europeas se aceleró la transición y al mismo tiempo se retomaron provisiones complementarias para la estabilidad estacional habilitando térmicas con gas y volviendo la atención a las plantas de energía nuclear.
Estas ambigüedades, entre acelerar la transición y tener salvaguardias fósiles, más las exigencias del gasto militar, se han reflejado ya en la debilidad de iniciativas en la COP29 y en el pobre cumplimiento de compromisos con los mecanismos financieros y tecnológicos de apoyo a la transición energética y la descarbonización en los países del sur más afectados por la crisis climática y ecológica.
China, con la tercera parte de las emisiones globales de CO2, sigue siendo el primer contaminador del mundo, seguida por Estados Unidos y Europa. Más del 58% de su energía primaria sigue siendo fósil y proyecta plantas de carbón para las próximas décadas. En contraposición se ha puesto a la vanguardia en el crecimiento de nuevas energías renovables que alcanzaron en 2024 a ser la cuarta parte de la matriz energética. Al tiempo se ha convertido en el principal proveedor de equipos para energía solar y eólica, llegando a copar más del 70% de los mercados con precios que, sobre todo en paneles solares y baterías, han desplazado a productores europeos y estadounidenses.
Con esas transformaciones y ventajas es de esperar que China cumpla un papel más dinámico en escenarios como la COP30. Hace un año, en Bakú, el compromiso fue mantener los objetivos de Paris 2015 y fortalecer el Fondo Verde del Clima como expresión del principio de responsabilidad diferencial: las potencias contaminadoras se comprometieron a aportar 300.000 millones de dólares anuales entre 2025 – 2037 para fortalecer los planes de mitigación y adaptación en los países del sur golpeados por el calentamiento global y la destrucción de ecosistemas vitales. Ya esa meta no cuenta con posibles aportes de la administración Trump y los países de la OTAN están en plan de guerra con menos motivación para aportar euros y tecnología a los fondos del clima. A esto se agregan los problemas de gestión por el control del Fondo por operadores financieros tradicionales, como el Banco Mundial y el BID, que encarecen los costos de transacción y hacen difícil el acceso.
En la COP30 se constatará el incumplimiento de metas necesarias para que a partir de 2025 se haga cada vez más lento el calentamiento global medio, para que en 2030 la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero sea del 30% y en 2050 del 43% con respecto a 2019. Se ha seguido ampliado la brecha entre la suma de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) y lo mínimo necesario para no superar en 2030 ese incremento del 1,5 grado en la temperatura media del planeta. Se tendrán nuevas trabas para que sea efectivo, y sin costos, el traslado de recursos del Fondo Verde del Clima y de otras fuentes a los países perjudicados por las potencias contaminantes.
A pesar de las dificultades, esa cumbre de la COP30, que se realizará en Belém de Para en noviembre de este año, es una oportunidad para redoblar la movilización contra el modelo depredador de acumulación basado en la sobre explotación de recursos y bienes naturales, en el desperdicio, la obsolescencia programada y la supremacía del capitalismo fósil.
Es un hecho extraordinario que la COP30 se realice en la Amazonía con Brasil como anfitrión. Ya se están dinamizando miles de organizaciones de los países amazónicos para coordinar acciones y propuestas que coloquen en el centro de las agendas la urgencia de un propósito común de la humanidad en torno a la defensa de la selva, sus ecosistemas, biodiversidad y pueblos.
Se han convocado plataformas de iglesias, la Cumbre de los Pueblos, organizaciones no gubernamentales y centros académicos de pensamiento. Desde estas convocatorias se destaca la importancia del multilateralismo en esta época de quiebra generalizada del orden internacional y sus tratados para favorecer las guerras imperiales y un nuevo reparto de poder y de recursos, incluyendo en primer lugar los de la alta tecnología del tecno imperialismo y los de la transición energética.
El caso extremo de Trump con su apertura de Alaska, del Golfo de México y de los parques naturales a la industria fósil, es replicado por otros en la reyerta por tierras raras y minerales de gran importancia en esta nueva fase de las tecnologías basadas en computación cada vez más avanzada y en inteligencia artificial. Ya están en curso las guerras por el agua y por la nueva minería. Los únicos ejemplos no son la dolorosa y grotesca disputa por las tierras raras en Ucrania o las reservas petroleras frente a Gaza. La lista es larga y completa la tabla periódica, con territorios disputados en todos los continentes.
Desde la Amazonía se recuerda la importancia de los recursos mineros, hídricos y de la biodiversidad que también están en disputa. En esta época de debilitamiento del dólar adquiere mayor importancia la producción del oro en los países amazónicos, lo mismo que las reservas en bauxita, coltán, cobre, manganeso, niobio, hierro y muchas reservas de petróleo y gas que son noticia desde la Guayana y la gran cuenca hasta Perú, Ecuador y Bolivia. Las luchas de poder están cruzadas por el interés de potencias y corporaciones en los recursos de la Amazonía y por la resistencia desde los pueblos al extractivismo, a la deforestación y a la contaminación implacable que lo acompaña. A estos interrogantes no escapan las mega obras de infraestructura que se están programando para cruzar la Amazonía a nombre de la llamada Ruta de la Seda.
Es mucho pedir que en esta cumbre de la crisis climática y ecosistémica se incluyan pronunciamientos contra las guerras de reparto y el impacto de la escalada bélica en la naturaleza, en el uso de energía fósil y en la destrucción de vidas y ecosistemas. Pero los sectores movilizados de la sociedad civil y de los pueblos no pueden dejar de lado estas alertas y exigencias que vinculan indisolublemente la paz y las agendas ambientales de defensa de la vida y de los ecosistemas biodiversos.
Otros temas trascendentales ya están en la deliberación mundial. Los acuerdos multilaterales para enfrentar la crisis ecosistémica incomodan a los Estados Unidos y a otras potencias contaminantes, pero son un punto de apoyo para los pueblos y Estados del sur global. Las metas pactadas en Paris siguen vigentes como los enunciados de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático aprobadas en la Cumbre de Rio en 1992. A pesar de las fallas, ese paraguas ha servido para imaginar posible una acción climática y de transición energética que evite la gran catástrofe que pronostica millones y millones de vidas perdidas a la altura de 2100 si se llega a un incremento de 5 grados de la temperatura global media comparada con la de la época preindustrial. Como lo predica la teoría del Caos, en los sistemas en crisis alejados del equilibrio no hay desarrollos lineales y rige la incertidumbre, lo que traducido a la crisis ecosistémica y de civilización, significa que, pasado un incremento de 2 grados en la temperatura global, nuevas fuerzas destructivas, depredación y guerras pueden acelerar la era del colapso para las próximas generaciones y catástrofes ya presentes y no imaginadas para las actuales.
Hay voces en Europa, China y otros Estados que concurren a la COP30 y reconocen la urgencia de acciones eficaces para afrontar la crisis y evitar que se convierta en colapso global. No coinciden en que se requiere un nuevo modelo y un cambio de paradigma, pero parecen dispuestos a mantener los compromisos del Acuerdo de Paris e ir pasos adelante. Fortalecer esa posibilidad multilateral es una tarea importante de la COP30, sin declinar la convergencia con los países del sur más afectados por la crisis y dando la mayor importancia a plataformas convergentes de Latinoamérica y el Caribe y de los pueblos amazónicos y andinos. Es la hora de los hornos… decía el poeta.