24-05-23-Sin-verdad-y-paz-No-hay-futuro
Sin verdad y paz No hay futuro
2023 – 86 aniversario del bombardeo de Gernika
Palabras de Camilo González Posso, Gernika 24 de abril de 2023
Jornadas por la paz y la reconciliación
Señor José Mari Gordoño, alcalde de Gernika
Señoras María Oianguren – Directora del Gernika Gogoratuz y
Cristina Arana Directora de Kultur Etxea
Apreciados amigos de las comisiones y procesos por la verdad en Timor Oriental. Sudáfrica, Argentina y Colombia
Amigos y amigas de la paz
Hace seis años nos encontramos aquí en la conmemoración del 80 aniversario del bombardeo nazi – frankista a Gernika y a otras villas de Euskadi. En esa ocasión Gernika entregó el premio Gernika por la Paz y la Reconciliación en reconocimiento al acuerdo de paz de Colombia en cabeza del presidente Juan Manuel Santos y del exjefe de las FARC – EP Rodrigo Londoño.
José Mari Gordoño dijo que Gernika “se rebela contra el olvido” y ha afirmado que la memoria representa su “patrimonio”, “una memoria para la no repetición de los hechos, para la reconciliación, en favor de la vida, en contra de la guerra, de la violencia y en defensa de los derechos humanos“.
Hoy nos volvemos a reunir en una cita por la verdad, contra la guerra y por la paz, en un diálogo con las Comisiones de la Verdad que dan testimonio de pueblos rebelados contra el olvido de la tragedia que es la impostura con pretensión de historia.
Desde Timor Oriental han levantado la voz para hacerle juicio a la ocupación de una patria emergente, por parte de las tropas asesinas de un país vecino que en 1975 reclamó con miles de homicidios un supuesto derecho de anexión como garantía de seguridad nacional.
Desde Sudáfrica, al declinar siglos de colonialismo, racismo y dictaduras, nos dicen que levantarse contra la tiranía y el totalitarismo es tanto un derecho de los pueblos como un deber en defensa de la vida y de la dignidad; que la verdad y la justicia son esenciales para construir una paz duradera; que la reconciliación es posible incluso después de los peores conflictos y atrocidades.
Desde Argentina nos traen la memoria de la noche ominosa de las dictaduras, que como todas las dictaduras del planeta son implacables con la gente inerme y genuflexas ante sus los amos y señores. La verdad de la dictadura que casi siempre llega en nombre de los desaparecidos, las exiliadas, los masacrados, las incorruptibles, convertidas en testigos y jueces en contra de la infamia y en nombre de la libertad.
Desde Colombia nos recuerdan que las guerras no terminan hasta que los pueblos se levantan contra ellas, contra los que se las inventaron y se enriquecen con ellas. Que las guerras por poder y reparto de riqueza persisten hasta que los despojadores sean despojados de su sistema de reproducción del terror por la emergencia desde abajo de las fuerzas de la democracia, la solidaridad y la Paz Grande.
En Gernika se reúnen ejemplos diversos de la reivindicación de la verdad para que la paz sea posible.
Ayer recorrimos las imágenes de la ciudad destruida por los bombardeos. Escuchamos las voces de las mujeres y los niños buscando refugio y hemos visto a la gente esperar entre los escombros alguna señal de vida. Revisitamos la obra que Picasso entregó en París como un llamado “contra la guerra y la violencia”. Así recordamos que esta parte del planeta fue escogida como campo de experimentación de las armas y las técnicas de destrucción para ayudar a montar en el poder a un dictador y preparar la gran guerra de Europa y la segunda guerra mundial. Centenares, miles, murieron aquí hace 86 años y les siguieron decenas de millones.
Se conmovió el mundo con las fotos de Steer y se replicaron el sonido de las sirenas, el ruido de los aviones y el estruendo de la metralla y de las bombas. Pero pudo más el fanatismo que la verdad. No tuvo eco la verdad de los partisanos, ni la de los poetas, que advirtieron que de la guerra civil se había pasado a la guerra local por intereses de potencias y que eso era el anuncio de una guerra mayor por un nuevo reparto en el planeta.
No se aprendió entonces que el fanatismo de multitudes es la ideología que construyen los mercaderes de la intolerancia cuando necesitan llevar a los pueblos a matar a otros pueblos mientras cantan himnos y se sienten glorificados desde el más allá. Ese más allá tiene nombres profanos, siempre se llama a matar por la vida, por la civilización – mi civilización – por la democracia o la libertad.
Los poderosos que organizan bombardeos, que planifican guerras, calculan de antemano la destrucción y el número de muertos, planifican también la reconstrucción de posguerra y las formas del reparto de la riqueza usurpada y de los nuevos poderes. Por eso en la escalada de la guerra local a guerra internacional, se impone como norma el sectarismo y la mentira. Las potencias del mal necesitan que los opositores al uso de las armas, los predicadores del No Mataras, sean vistos como enemigos, o idiotas útiles demoniacos.
Amos Oz decía con razón que,
“El fanatismo (…) no perdona ninguna duda ni ninguna divergencia, (…) castiga la libertad de pensamiento y la creatividad”.
El filosofo Estanislao Zuleta repetía que la guerra es una fiesta de alucinados enajenados de su instinto vital, que se convierten en ejército de muerte o en coro de aplausos en un cementerio.
Se ha dicho que la verdad es la primera sacrificada en la guerra. Habría que decir también que la falacia de los ganadores y del poder oficial generalmente se impone después de la guerra, de la dictadura y de la era del terror. La negación de la verdad durante la guerra o después de ella no es un vacío sino una llenura de intolerancia, llenura de fastidio al llamado a la paz y a quien se oponga a la fiesta de la muerte.
Cuando suenen las campanas de Gernika en homenaje a las víctimas del bombardeo de 1937, será inevitable que pensemos en los pueblos víctima de los bombardeos de hoy. En las ciudades destruidas en Ucrania y en los millones de desplazados y migrantes de las bombas del odio y la discriminación en Sudán del Sur, Congo, Somalia, Mali, Nigeria, Siria, Palestina, Armenia, aún Afganistán y siempre Colombia. En las nuevas guerras del siglo XXI, escaladas después del atentado terrorista en NY en 2001, se han contado antes de 2021, solo en Europa, Medio Oriente y Afganistán, 350.800 muertes y 38 millones de desplazados en operaciones de integrantes de la OTAN con bombas y drones, según el instituto Brow con sede en Rhole Island, EEUU.
De Ucrania nos llegan las imágenes de ciudades destruidas. Las cifras de civiles muertos en un año superan las 9 mil personas y los desplazados ya son más de 14 millones, según informe de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos. Los combatientes muertos en cada lado se cuentan por decenas de miles, sin que la propaganda permita saber la verdad, pues la mentira es el nombre de la estrategia para motivar el entusiasmo con la guerra. En la guerra de baja intensidad que se desató desde 2014, las cuentas de bombas y misiles lanzados contra independentistas en el Donbass superan 8 mil personas asesinadas hasta 2021 según el Banco Mundial.
Suenan las campanas y muchos no queremos escuchar que a esta hora están cayendo bombas en muchos países y no queremos hablar sobre los intereses que están en juego, ni de los mercaderes de armas que hacen la fiesta y la demostración de las tecnologías inteligentes, ni de la guerra por recursos o por un nuevo reparto de poder y hegemonía en Europa y en el mundo.
Estas guerras locales del siglo XXI dejaron de ser guerras civiles internas y se han convertido en guerras internacionales que tienen por escenario uno o varios países y, como ocurrió en 1937, están preñadas de guerra a gran escala. La humanidad esta ante la más extraordinaria revolución científica y técnica en esta era de la inteligencia, del mundo digital, pero también ante los retos de la destrucción en masa que suma la guerra contra la humanidad y la guerra contra la naturaleza.
Las campanas llaman al duelo por el pasado y el presente pero también por el horror que sobreviene con los ensayos de bombas irónicamente llamadas inteligentes, de instrumentos para la guerra biológica y para la destrucción “táctica” nuclear.
Deberían sonar más las voces por la paz, contra toda bomba lanzada contra seres humanos, contra todas las guerras que están en curso y las que se anuncian. Las comisiones por la verdad han tenido en común la ética de la vida y la defensa de los derechos humanos. Nos han dicho que sin verdad no hay futuro y otra verdad es que no hay futuro si no se detienen las guerras y se proscriben las bombas.
Como lo proclamaba el poeta inglés John Donne en 1625, soy nosotros:
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Hoy nos corresponde enviar la Carta por la Paz, por el cese al fuego y la tregua en todas las guerras. Antes de que sea demasiado tarde y seamos condenados a la culpa como le ocurrió a Albert Einstein, quien aterrado ante la inminencia del lanzamiento de la bomba atómica, mando una carta desesperada pidiéndole a Franklin D. Roosevelt que no lo hiciera pero lo hizo demasiado tarde.
Sin verdad y paz, no hay futuro¡
ESKARRIK ASKO// gracias